miércoles, 15 de abril de 2009

EL CINE, DE MANUEL PACHECO


Las imágenes envueltas en las pave­sas de las palabras caen sobre el lienzo desnudo y las miradas se convierten en manos que penetran en los objetos, los paisajes y las habitaciones donde se vive la muerte de los días. El rostro adquiere una luz que des­nuda los impulsos interiores, y todo el cuer­po abre sus poros al amor, al odio, a la cruel­dad, a la ternura, al llanto, a la risa, al terror y a la angustia. El cine aplica la magia de la poesía sobre la sábana de los sueños y si ha saltado las barreras del entretenimiento para convertirse en un arte, ha sido gracias a las investigaciones que en la realidad pura del ser y las cosas han hecho sus grandes di­rectores, que son, sin ningún género de duda, poetas de la imagen. El cine, en el puro sentido de amplitud que tiene esta palabra, se acerca mucho al poema. Un ejemplo de cine poema lo tene­mos en El perro andaluz de nuestro genial Buñuel. En esta película, las imágenes rom­pen todas las barreras que la realidad no real de lo cotidiano tienen estructuradas. Norman Mac Laren, con sus mini­películas algunas de cinco minutos de duración , ha intentado con gran éxito lle­gar al Cine Puro. El cine cine respeta al espectador, no le da píldoras para dormirlo en la angustia de su existir, ni le hace cosquillas para que se ría; el cine cine lo enfrenta con la rea­lidad pura, lo hace responsable de lo que está viendo y lo compromete a realizarse en la verdad. El espectador deja de ser un simple espectador y se convierte en un recreador del film que está viendo. Ver ese cine es como leer un poema, sin el esfuerzo que cuesta casi siempre penetrar en la poesía.

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